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7 agosto 2014 4 07 /08 /agosto /2014 13:48
Hoy ancianos, el numero dos del régimen y su entonces jefe del Estado han sido sentenciados por exterminar a dos millones de camboyanos entre 1975 y 1979
Por: Pablo M. Díez
Pekín/ 7-8-2014

Tres décadas y media después del genocidio de los Jemeres Rojos en Camboya, dos de sus principales responsables han sido condenados este jueves a cadena perpetua por crímenes contra la Humanidad por un tribunal especial de la ONU en Phnom Penh. Por exterminar entre 1975 y 1979 a un cuarto de la población camboyana, Nuon Chea, el número dos del régimen y su ideólogo, y el entonces jefe del Estado, Khieu Samphan, tendrán que pasar el resto de sus días entre rejas. Por desgracia para sus víctimas, no será mucho tiempo porque Nuon Chea, tan débil que ni siquiera se levantó de su silla de ruedas para escuchar la sentencia, tiene ya 88 años y Khieu Samphan 83.

Junto a «Duch» Kaing Guek Eav, condenado a cadena perpetua por dirigir la infame prisión de Tuol Sleng (S-21), son los únicos altos cargos de los Jemeres Rojos que han respondido ante la justicia por las atrocidades del régimen, que diezmó al pueblo camboyano en su loco intento por imponer una utópica sociedad comunista y agraria. Con su cabecilla, el «Hermano Número 1» Pol Pot, muerto desde 1998, solo cinco altos cargos habían sido procesados por los crímenes contra la Humanidad que cometieron los Jemeres Rojos. Pero uno de ellos, el entonces ministro de Exteriores, Ieng Sary, murió el año pasado y su esposa, Ieng Thirith, que dirigía la cartera de Asuntos Sociales, fue declarada incompetente para ser juzgada por sufrir una enfermedad mental.

Además de esta condena, Nuon Chea y Khieu Samphan tienen abierta otra causa por el exterminio de las minorías vietnamita y musulmana de Camboya, cuyo juicio por el mismo tribunal de la ONU empezó la semana pasada. Con estos procesos, la sociedad intenta cerrar las cicatrices que dejó el holocausto jemer en este pobre país del Sudeste Asiático. Entre 1975 y 1979, los Jemeres Rojos de Pol Pot impusieron en Camboya un régimen maoísta que se cobró dos millones de vidas por hambre, extenuación y ejecuciones sumarias en los tristemente famosos «campos de la muerte».

En su desquiciado intento por alcanzar la igualitaria utopía comunista a través de una sociedad agraria sin clases, los Jemeres Rojosdespoblaron las ciudades, recluyeron a sus habitantes en campos de trabajo, separaron a las familias, abolieron la propiedad privada, prohibieron la religión, aislaron al país, cerraron los bancos, quemaron el dinero, suprimieron la educación, clausuraron los hospitales, anularon la individualidad del ser humano y liquidaron sin piedad a todo aquél que consideraban su enemigo. Estos eran los miembros de la afrancesada clase urbana que, a su juicio, tenían explotados a los paupérrimos campesinos. Al principio, la represión golpeó a los ricos, intelectuales, técnicos, maestros, funcionarios de la Administración, oficinistas e incluso a aquéllos que hablaban algún idioma extranjero o que, por razones tan peregrinas como tener gafas,parecían más ilustrados que los demás. Pero pronto afectó a todos por igual en su plan por crear una «nueva sociedad», una locura ideada por revolucionarios comunistas y anticolonialistas procedentes de familias acomodadas que, irónicamente, habían estudiado en la Sorbona de París y se inspiraban en las teorías del «buen salvaje» de Rousseau.

Además de la cárcel de Tuol Sleng (S-21), una antigua escuela reconvertida en centro de torturas donde perecieron unos 15.000 presos, el símbolo más macabro del régimen jemer es el «campo de la muerte» de Choeung Ek, a 15 kilómetros de Phnom Penh. Allí se han abierto 86 de sus 129 fosas comunes y se han encontrado 8.895 cadáveres. Para honrar a las víctimas de esta locura, que terminó cuando el Ejército de Vietnam «liberó» Camboya y desalojó a los Jemeres del poder en enero de 1979, en Choueng Ek se ha levantado un tétrico mausoleo con forma de estupa repleto de calaveras.

Aunque los juicios contra los Jemeres pretenden ser una especie de catarsis colectiva, en este paupérrimo país del Sudeste Asiático siguen conviviendo víctimas y verdugos. Raro es el camboyano que no perdió a cinco, diez, quince o veinte familiares durante aquella época. Y raro es el funcionario de la Administración o político que no formó parte de Angkar, como el primer ministro Hun Sen, quien desertó a Vietnam antes de la caída del régimen, lleva en el poder desde 1985 y ha hecho todo lo posible por demorar el juicio.

Auspiciado por la comunidad internacional, el proceso judicial contra los Jemeres Rojos llega tarde e incompleto, pero sigue levantando ampollas en la sociedad camboyana. Sobre todo cuando los familiares de las víctimas contemplan espantados los polémicos escándalos de corrupción que han salpicado al tribunal, en el que la ONU ha gastado más de 150 millones de euros desde 2006 para que los Jemeres Rojos comparezcan ante la justicia y la historia.

Fuente: ABC.es

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