La economía prohibitiva del Estado provoca imparable corrupción

Por Yunia Figueredo.

LA HABANA.- En días recientes,  la televisión nacional presentó en  sus noticieros diversos trabajos  periodísticos  muy críticos sobre agromercados y comercios de la capital. Denunciaban irregularidades y múltiples violaciones de calidad en los productos, el pesaje y los precios, hechos  que la prensa independiente viene revelando con constancia desde hace ya muchos años.

La esencia del mensaje captado por cámaras y reporteros oficiales es denunciar el robo continuado de dependientes y empleados, esquilmando a sus clientes bajo el disfraz del término “luchar”.

El Circulo Social Obrero “Marcelo Salado”, del reparto Jaimanitas, perteneciente al sindicato de la Industria Ligera, es un ejemplo de esta “lucha”.

El pasado sábado este medio pudo comprobar el “trapicheo” de productos destinados a la población que los trabajadores despojan antes de llegar a su destino.

Elba Ramos, madre de dos niños pequeños, dice que en este centro laboral “los  productos tienen muy  buen precio, asequibles al bolsillo de los ciudadanos, pero al mostrador solo llega una pequeña parte, la otra se la llevan para sus casas los empleados,  para la reventa”, afirma.

La confitura marca Pelly cuesta 2.00 pesos y el vaso de helado 1.50, mientras en la calle valen 15.00 y 1.00 cuc (moneda convertible) respectivamente en este centro.

“Es un negocio redondo. Hay un blanquito que trabaja aquí… no sé si es  el administrador, pero carga más que una tambocha”, denuncia Ramos.

Lucia, que es  de fe cristiana y cuenta con bajos recursos, hace la cola todos los días en el círculo y alega: “La cafetería abre a las 9.00 a.m., pero mira la hora que es, las11.00, ¡y todavía no comienzan a vender!”.

Al preguntar a las dependientes la razón del atraso en el horario, responden que no saben. Tampoco conocen los productos que sacarán ese día del almacén para la venta al pueblo.

Magaly es una de las primeras en la cola. Hace dos horas que espera para ver si sacan Pelly y gelatina. Las necesita para la merienda de su hija en la escuela. “A veces te dicen que no hay Pelly, para que te vayas. Luego ponen a la venta un poquito,  enseguida se acaba.  Es un gran misterio esta cafetería, igual que todo el círculo”, señala irritada.

Varios hombres están sentados en las banquetas del mostrador, bebiendo ron. Se quejan de la regulación dictada por la administración del círculo social que prohíbe la venta de botellas. “Hay que comprar obligatoriamente por tragos. Así le sacan más”, dice Michiflin, un borracho del pueblo.  “¡Mira lo que son diez pesos de ron, este poquitico!”, señala.

Pedimos hablar con la administradora, pero estaba reunida. Al poco rato, acosada por nuestra insistencia, abre la puerta  de la oficina. Se pudo distinguir  a media docena de personas, el consejo de dirección, sentados en torno a una mesa. La administradora asegura que “en cuanto se termine la reunión el almacenero despachará el pedido del día. Los clientes no deben impacientarse”.

No conoce los productos que hay en existencia en esos momentos en el almacén. Tampoco sabe por qué llegan tan pocos productos al mostrador para la venta. Y mucho menos que algún empleado se lleve algo para su casa.

“Eso es imposible”, dice. Les pregunta a los miembros del consejo de dirección si  tienen conocimiento de las quejas sobre el círculo. Casi al unísono, los ejecutivos claman que es imposible. “¿Robo aquí? ¡No, aquí nadie se lleva lo que no le pertenece!”, protestan indignados.

“Este es un colectivo de trabajo luchador y aguerrido”,  afirma un hombre gordo que parece ser el responsable del almacén.

Fuente: Prensa Independiente/ Hablemos Press