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El príncipe regente del trono de Fidel Castro, su hermano Raúl, que ejerce el mando supremo de la “revolución” por causa de la decrepitud del titular, tiene la vista más aguzada que el tirano jubilado y se da cuenta de que algo tiene que cambiar en la compresionada Cuba si es que pretende que todo le vaya igual. Una de las medidas desesperadas, ante la inminencia del catastrófico desplome final de su malhadada revolución, constituye una gran noticia en la sojuzgada isla: se les permitirá a los cubanos ¡trabajar por cuenta propia! Aleluya por el generoso régimen marxista de los hermanos Castro, que finalmente les va a permitir a los cubanos trabajar en lo que cada uno desea, entiende o puede.
El príncipe regente del trono de Fidel Castro, su hermano Raúl, que ejerce el mando supremo de la “revolución” por causa de la decrepitud del titular, tiene la vista más aguzada que el tirano jubilado y se da cuenta de que algo tiene que cambiar en la compresionada Cuba si es que pretende que todo le vaya igual.
Una de las medidas desesperadas, ante la inminencia del catastrófico desplome final de su malhadada revolución, constituye una gran noticia en la sojuzgada isla: se les permitirá a los cubanos ¡trabajar por cuenta propia! Hasta hace muy poco tiempo, Fidel se burlaba públicamente de los que tomaban iniciativas para intentar mejorar su condición económica, como los que abrían pequeños “paladares”, o restaurantes, en la sala de su casa, o comenzaban pequeños negocios por cuenta propia, arriesgando bastante más que su ínfimo capital, ya que podrían atraer sobre sí a los esbirros del Júpiter cubano y terminar en la cárcel.
Fidel los trataba de “burgueses” y, en sus kilométricos discursos de audiencia obligatoria, los descalificaba con otras típicas expresiones parecidas, tratando de amedrentarlos dirigiendo sobre ellos la burla general, empeño en el que también fracasó sonoramente. Ahora, su hermano regente de la corona revolucionaria se encarga de descalificar al propio tirano decrépito, abrumado por el peso de las circunstancias.
En la Cuba castrista sucede todo lo malo que cabe esperar de un sistema económico que nunca, en ningún momento de los más de cincuenta años de socialismo castrista, produjo un solo resultado que pueda recordarse como exitoso y benéfico para el pueblo de ese sufrido país.
Lo que tuvieron siempre y que ahora, ya hartos, luchan por superar, son los males típicos del marxismo totalitario, como la escasez de dinero, de recursos generales, de comida, de combustible, de vehículos, de objetos de bienestar, de productos culturales, de posibilidades de viajar al extranjero o de pagar sus estudios donde deseen, y un larguísimo etcétera que tampoco podría cubrir íntegramente todas las desventuras del sufrido pueblo cubano.
Claro que los miembros del gobierno y del Politburó, así como los jefes zonales del Partido Comunista cubano –la Nomenklatura– no padecen penurias. Ellos tienen pasaportes y dólares para viajar y comprarse lo que deseen. Al parecer, sintiéndose al borde del abismo, ahora acceden a aflojar algunas cadenas.
Alegrémonos los demócratas del mundo libre de que, por fin, después de más de medio siglo de dictadura sanguinaria, oprobiosa, ineficiente y cien veces fracasada, comiencen a ceder esas cadenas por lo menos en el plano económico, ya que todavía no en el político. Ahora los cubanos van a tener la oportunidad de dedicarse libremente a casi todos los oficios. Podrán ser mecánicos, electricistas, albañiles, cocineros, peluqueros, masajistas, enfermeros, carpinteros, lustradores, joyeros, maquilladores, etc., etc.
Aunque muchos no lo crean, nada de esto se puede hacer en la Cuba castrista sin autorización del Gobierno. Ni siquiera dedicarse a un arte o a un deporte que no sea de los señalados por el régimen. Un régimen que se vanagloria de no tener analfabetos y que, sin embargo, no permite a su pueblo leer o escribir lo que se le antoje, que prohíbe la prensa independiente, que controla la importación de material de lectura y monopoliza el papel, así como los celulares, las computadoras y cualquier otro medio electrónico o informático. En la realidad, los cubanos son alfabetizados solo para que puedan leer la propaganda castrista.
Lo cierto es que, en pleno siglo XXI, todavía existe un país en América en el que hay que pedir permiso al gobierno para dedicarse a lo que uno se siente llamado por vocación. Un país en el que el régimen gobernante, en nombre de ciertos dogmas ideológicos que no se debaten ni se discuten so pena de prisión, succiona el sudor y la vida a sus habitantes, enarbolando cínicamente su supuesto ideal de “justicia social”. Esta es la Cuba castrista a la que algunos, como Hugo Chávez y otros políticos latinoamericanos, entre ellos el presidente Fernando Lugo, nos quieren poner de referencia o modelo.
Imaginémonos lo trágico que sería para nuestro país un intento de imitar el modelo castrista que ponderó Lugo. Imaginen los profesionales, los empresarios, los artistas, deportistas y gente de oficios varios que deban convertirse en empleados del Estado; o tener que solicitar autorización del partido único para elegir carrera y estudiar, comunicarse, viajar, adquirir libros y revistas, disponer de una computadora o un teléfono. No tener ni terreno ni casa propia porque TODO es del Estado.
¿A quién podría agradarle vivir bajo un régimen en el que el gobierno otorga libretas de racionamiento de comida con la cual cada mes uno, la esposa o un hijo, debe presentarse en los almacenes estatales a retirar un kilo de arroz, de harina, cuatro papas, tres huevos, dos cebollas, un litro de leche, y así sucesivamente? Nada de esto mencionan los propagandistas luguistas del castrismo; ocultan estos detalles puntillosamente porque saben que un pueblo que está informado a través de la libertad de prensa de cómo se sufre bajo un régimen despótico y totalitario, que aniquila las fuerzas de la población esclavizándola, no permitiría jamás que se instale un modelo semejante en su país.
Aleluya por el generoso régimen marxista de los hermanos Castro, que finalmente les va a permitir a los cubanos trabajar en lo que cada uno desea, entiende o puede, para labrar su propio progreso y bienestar, los que su dictadura, en más de medio siglo, demostró ser completamente incapaz de ofrecerles.
Una de las medidas desesperadas, ante la inminencia del catastrófico desplome final de su malhadada revolución, constituye una gran noticia en la sojuzgada isla: se les permitirá a los cubanos ¡trabajar por cuenta propia! Hasta hace muy poco tiempo, Fidel se burlaba públicamente de los que tomaban iniciativas para intentar mejorar su condición económica, como los que abrían pequeños “paladares”, o restaurantes, en la sala de su casa, o comenzaban pequeños negocios por cuenta propia, arriesgando bastante más que su ínfimo capital, ya que podrían atraer sobre sí a los esbirros del Júpiter cubano y terminar en la cárcel.
Fidel los trataba de “burgueses” y, en sus kilométricos discursos de audiencia obligatoria, los descalificaba con otras típicas expresiones parecidas, tratando de amedrentarlos dirigiendo sobre ellos la burla general, empeño en el que también fracasó sonoramente. Ahora, su hermano regente de la corona revolucionaria se encarga de descalificar al propio tirano decrépito, abrumado por el peso de las circunstancias.
En la Cuba castrista sucede todo lo malo que cabe esperar de un sistema económico que nunca, en ningún momento de los más de cincuenta años de socialismo castrista, produjo un solo resultado que pueda recordarse como exitoso y benéfico para el pueblo de ese sufrido país.
Lo que tuvieron siempre y que ahora, ya hartos, luchan por superar, son los males típicos del marxismo totalitario, como la escasez de dinero, de recursos generales, de comida, de combustible, de vehículos, de objetos de bienestar, de productos culturales, de posibilidades de viajar al extranjero o de pagar sus estudios donde deseen, y un larguísimo etcétera que tampoco podría cubrir íntegramente todas las desventuras del sufrido pueblo cubano.
Claro que los miembros del gobierno y del Politburó, así como los jefes zonales del Partido Comunista cubano –la Nomenklatura– no padecen penurias. Ellos tienen pasaportes y dólares para viajar y comprarse lo que deseen. Al parecer, sintiéndose al borde del abismo, ahora acceden a aflojar algunas cadenas.
Alegrémonos los demócratas del mundo libre de que, por fin, después de más de medio siglo de dictadura sanguinaria, oprobiosa, ineficiente y cien veces fracasada, comiencen a ceder esas cadenas por lo menos en el plano económico, ya que todavía no en el político. Ahora los cubanos van a tener la oportunidad de dedicarse libremente a casi todos los oficios. Podrán ser mecánicos, electricistas, albañiles, cocineros, peluqueros, masajistas, enfermeros, carpinteros, lustradores, joyeros, maquilladores, etc., etc.
Aunque muchos no lo crean, nada de esto se puede hacer en la Cuba castrista sin autorización del Gobierno. Ni siquiera dedicarse a un arte o a un deporte que no sea de los señalados por el régimen. Un régimen que se vanagloria de no tener analfabetos y que, sin embargo, no permite a su pueblo leer o escribir lo que se le antoje, que prohíbe la prensa independiente, que controla la importación de material de lectura y monopoliza el papel, así como los celulares, las computadoras y cualquier otro medio electrónico o informático. En la realidad, los cubanos son alfabetizados solo para que puedan leer la propaganda castrista.
Lo cierto es que, en pleno siglo XXI, todavía existe un país en América en el que hay que pedir permiso al gobierno para dedicarse a lo que uno se siente llamado por vocación. Un país en el que el régimen gobernante, en nombre de ciertos dogmas ideológicos que no se debaten ni se discuten so pena de prisión, succiona el sudor y la vida a sus habitantes, enarbolando cínicamente su supuesto ideal de “justicia social”. Esta es la Cuba castrista a la que algunos, como Hugo Chávez y otros políticos latinoamericanos, entre ellos el presidente Fernando Lugo, nos quieren poner de referencia o modelo.
Imaginémonos lo trágico que sería para nuestro país un intento de imitar el modelo castrista que ponderó Lugo. Imaginen los profesionales, los empresarios, los artistas, deportistas y gente de oficios varios que deban convertirse en empleados del Estado; o tener que solicitar autorización del partido único para elegir carrera y estudiar, comunicarse, viajar, adquirir libros y revistas, disponer de una computadora o un teléfono. No tener ni terreno ni casa propia porque TODO es del Estado.
¿A quién podría agradarle vivir bajo un régimen en el que el gobierno otorga libretas de racionamiento de comida con la cual cada mes uno, la esposa o un hijo, debe presentarse en los almacenes estatales a retirar un kilo de arroz, de harina, cuatro papas, tres huevos, dos cebollas, un litro de leche, y así sucesivamente? Nada de esto mencionan los propagandistas luguistas del castrismo; ocultan estos detalles puntillosamente porque saben que un pueblo que está informado a través de la libertad de prensa de cómo se sufre bajo un régimen despótico y totalitario, que aniquila las fuerzas de la población esclavizándola, no permitiría jamás que se instale un modelo semejante en su país.
Aleluya por el generoso régimen marxista de los hermanos Castro, que finalmente les va a permitir a los cubanos trabajar en lo que cada uno desea, entiende o puede, para labrar su propio progreso y bienestar, los que su dictadura, en más de medio siglo, demostró ser completamente incapaz de ofrecerles.
8 de Enero de 2012