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25 junio 2013 2 25 /06 /junio /2013 08:03

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Por: Fabio Rafael Fiallo/ Ginebra 25-6-2013

El binomio Lula-Rousseff paga el precio político de su ofuscación ideológica, la misma por la que dieron la espalda a los derechos de los cubanos.

¿Qué tienen en común las protestas multitudinarias que estremecen el Brasil con la indolencia manifestada, primero por Lula da Silva y actualmente por Dilma Rousseff, ante el martirio del pueblo cubano? En apariencia nada, pues las manifestaciones tocan el campo de la política económica y social mientras que la indiferencia hacia Cuba, se argüirá, obedece a consideraciones de orden diplomático. No obstante, en realidad, ambas cuestiones parten de un zócalo común.

Bajo el liderazgo de Lula y Rousseff, Brasil ha obtenido grandes avances en materia económica y social. Tales éxitos se deben principalmente a las políticas redistributivas implementadas por ambos gobernantes. A su vez, el alza en los precios mundiales de las materias primas que exporta Brasil ha ayudado a obtener las divisas necesarias para solventar dichas reformas.

En la consecución de esos logros entra en juego un tercer factor no menos importante: la sana y robusta política macroeconómica que el tándem Lula-Rousseff heredó del presidente Fernando Henrique Cardoso.

Cardoso supo imponer la sobriedad en el gasto público, al mismo tiempo que su famoso Plan Real logró yugular la inflación, un mal hasta entonces endémico en el país. La reducción de barreras proteccionistas y la apertura a la inversión extranjera hicieron el resto para aumentar la competitividad internacional de la economía brasileña.

Tan exitosa había sido la política económica de Cardoso que durante la campaña electoral de 2002, para ponerse a tono con la opinión pública y después de tres derrotas electorales consecutivas de su Partido de los Trabajadores, Inácio Lula decidió abandonar la manida retórica marxistoide del PT —y la consiguiente afición por un estatismo de viejo cuño— y juró que mantendría la ortodoxia macroeconómica legada por Cardozo.

Ganadas aquellas elecciones, Lula respetó esa promesa electoral. El ministro de Finanzas en los primeros años de su presidencia, António Palocci, llegó incluso a reducir el gasto público y la deuda del Estado, al mismo tiempo que la política monetaria del Banco Central no daba pie a la irrupción de presiones inflacionarias. El gobierno de Lula contaba así con el entorno económico idóneo para promover las medidas que habrían de disminuir la pobreza y las desigualdades.

Pero genio y figura hasta la sepultura, en el curso de su segundo mandato, los viejos demonios del estatismo marxizante salieron de nuevo a la luz.

La crisis que llegó… de la mano del Estado

En el curso de su segundo mandato, Lula comenzó a practicar una política fiscal y monetaria menos rigurosa. Y en consonancia con la idolatría marxista por el control estatal de la actividad económica, expande la participación del Estado en el sector industrial, protege empresas de dudosa viabilidad económica y ofrece préstamos arriesgados a través del Banco de Desarrollo BNDES.

Cuando Dilma Rousseff asume el poder, prosigue e incluso acentúa el giro estatista tomado por Lula en su segundo mandato.

Dicho giro no solo ha exacerbado las presiones inflacionistas, sino que, al reforzar el peso del Estado en el sector industrial, ha creado una red de influencias propicia al auge de la corrupción.

Y como no se puede financiar todo al mismo tiempo, el involucramiento estatal en el sector industrial y la expansión de la corrupción han ido en detrimento de las inversiones públicas en transporte, educación y salud.

Ya en marzo de 2010, en un artículo intitulado Enamorándose de nuevo del Estado, el semanario británico The Economist suena las alarmas, expresando su preocupación por el creciente papel del Estado en la economía brasileña y por las tendencias inflacionistas que se hacían sentir.

Por su parte, el cotidiano neoyorquino Wall Street Journal, después de constatar en abril de 2011 que en Brasil estaba de vuelta la inflación, se refiere en 2012 a la "crisis inevitable" por llegar.

Y efectivamente, la crisis llegó: cientos de miles de hombres y mujeres protestan en las ciudades de Brasil contra la carestía de la vida (inflación), la mala calidad o inexistencia de los servicios públicos y la corrupción.

Los errores de política económica que dieron origen a las protestas no son sino el fruto de la obnubilación del tándem Lula-Roussef por el intervencionismo estatal y el centralismo económico tan loados en los breviarios del marxismo.

Y es justamente esa obnubilación por los dogmas marxistas la que ha inducido tanto a Lula da Silva como a Dilma Rousseff, durante sus respectivos gobiernos, a mostrar una indiferencia cómplice ante el martirio del pueblo cubano.

Los cómplices del castrismo

Mientras Lula lanzaba oprobios contra la remoción de Manuel Zelaya en Honduras, y Dilma Rousseff hacía lo mismo contra la deposición de Fernando Lugo en Paraguay, ni Lula ni Rousseff mostraron jamás el más mínimo resquemor por las incesantes violaciones de los derechos humanos en la isla de los Castro.

Lula arriba a Cuba en febrero de 2010, cuando muere el disidente Orlando Zapata Tamayo tras 85 días en huelga de hambre. Pero permanece impertérrito ante esa muerte horrenda, rehúsa recibir a 50 disidentes que le habían pedido audiencia y no se digna a interceder por los 200 presos políticos que permanecían en las cárceles castristas. Lo que indujo a Oswaldo Payá, muerto ulteriormente en una sospechosa circunstancia, a calificar a Lula de "cómplice" de las violaciones de los derechos humanos en Cuba.

Dilma Rousseff, por su parte, realiza un viaje a Cuba a fines de enero de 2012, no sin antes descartar, con una suprema indolencia, tanto emitir toda crítica al régimen castrista como otorgar la audiencia que le había pedido un grupo de disidentes.

Tanto Lula como Rousseff, empapados aún de la retórica castro-marxista que abrazaron en su juventud, actúan como si los derechos humanos no fuesen principios universales sino simples "categorías de clase": hay que enarbolarlos cuando les permiten acusar a un enemigo de transgredirlos, pero cuando quien los viola es un "revolucionario" o alguien proclamado como tal, entonces hay que hacerse de la vista gorda ante dicha violación.

Con las manifestaciones que se desparraman en las ciudades del Brasil, el binomio Lula-Rousseff está pagando el precio político de su ofuscación ideológica en el plano económico, la misma que en el plano de los derechos humanos le llevó a dar la espalda al interminable sufrimiento de los cubanos.

Fuente: Diario de Cuba

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  • : Esta Página, "Voz Desde el Destierro", pretende que sea una tribuna en la Red de redes, para aquellos que no tienen voz dentro de la isla de Cuba, para romper el muro de la censura, la triste y agobiante realidad del pueblo cubano. Editor y redactor: Juan Carlos Herrera Acosta. Ex-preso Político de la causa de los 75.
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