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11 marzo 2013 1 11 /03 /marzo /2013 17:54

Asistí al final del III Congreso de iRedes en la ciudad de Burgos para escuchar aYoani Sánchez y de paso saludarla. Ambos objetivos quedaron más que satisfechos, incluso pude invitar a Yoani a leer el homenaje que había escrito unos pocos días antes a ella y a su esposo. Pero vamos a lo que me ocupa.

Una vez que terminó el acto me apresuré a salir para evitar la muchedumbre en la entrada del edificio del Fórum y en su lugar encontré apostados bajo el día fresco y las gotas de llovizna a un grupo de unos catorce o quince manifestantes contra la filóloga, bloguera y periodista cubana. Los con toda probabilidad poco espontáneos voceros portaban banderas de Cuba y del Partido Comunista español. Había el triple de policías antidisturbios que manifestantes esperando que saliese Yoani del edificio. Me quedé de pie a un costado dispuesto a asistir a un espectáculo más de repudio, sin embargo con estos actores en escena, sentía por dentro la fricción de la contradicción.

Los jóvenes que la esperaban para gritarle tenían la misma pinta que ella y que los jóvenes contestatarios y antisistema habaneros que asisten a sus cursos de blogueros, a sus reuniones de arte contracultural. Incluso puedo aventurar que mi simpatía habría estado al cien por ciento del lado de esos escasos jóvenes que desafiaban el mal tiempo, si en lugar de ir a gritar improperios a una chica de su misma especie irreverente, hubiesen estado allí para interpelar a las autoridades del Ayuntamiento, la Diputación y la Junta de Castilla y León que también estaban adentro para la entrega de premios, mezclados con medios y periodistas de izquierdas y de derechas.

A los cinco minutos de estar de pie esperando un desenlace cuando la multitud de pesados y reporteros de adentro le permitiesen a Yoani salir, pasaron del otro lado de la avenida, en el paseo del río, dos jóvenes con cinco perros de raza de pelea, que comenzaron a insultar de un modo extremadamente violento a los militantes de izquierdas, gritaban consignas nazis y levantaban el brazo en señal de saludo hitleriano. El incidente duró un tiempo corto pero tenso, en el que la policía no hizo nada por impedirlo, entonces yo me acerqué a un policía de los que en los últimos tiempos tienen como trabajo romper cabezas de desahuciados y de inconformes con el gobierno, y le comuniqué que las manifestaciones de esos individuos, aparte de ser agresivas eran anticonstitucionales, ilegales, y conformaban una apología al terrorismo. Me miró de arriba a abajo, y se movió un poco desconcertado al ver que yo era un asistente al congreso e intercedía en favor de los contrarios a él, lo que no sabía el policía es que además estaba allí por mi admiración a Yoani, pero también a esos jóvenes cuando salen a defender los pocos derechos vírgenes que aún nos asisten.

La tensión se disipó cuando los dos pichones de criminales siguieron su camino con sus perros de presa. Entonces me giré y vi dentro del recinto ferial cómo el periodistaAnder Izagirre, quien también había sido premiado en aquel acto, bajaba con su comitiva de amigos por un ascensor y sonreí recordando que unas horas antes al llegar al lugar mojado por la llovizna, me había reprochado el haber dejado el coche a tres manzanas, al constatar que había un parking público subterráneo en el mismo edificio.

Me alegré por el mitin que se ahorraría la valerosa bloguera, pero no pude dejar de sentir una brizna de pena por la esterilidad de la reunión de aquel pequeño grupo. Instantáneamente recordé el estilo de los jóvenes rebeldes cubanos contra la intolerancia, contra la sinrazón y la represión, y pensé que el único sitio de la ciudad donde se los podría ubicar en ese instante si se los trasladase por abducción en tiempo y espacio a la fría Burgos, sería dentro del reducido grupo de aquellos enrojecidos indignados.

También pensé que una vez culminadas las entrevistas, a Yoani la invitarían a comer los representantes del gobierno de Burgos, que eran lo más parecido, estéticamente, a aquellos gordos sebosos con guayabera ostentadores de cargos político en Cuba, que tanto la odian y persiguen por su arrojo y claridad en su posicionamiento. Y por últimono pude dejar de pensar que aquellos policías que estaban para protegerla eran lo más parecido a los valientes efectivos de la Seguridad del Estado que en La Habana se esmeran en hallar maneras de no dejarla en paz.

Aquel escueto hato de militantes comunistas me recordaron al personaje Ira Ringold, de la novela Me casé con un comunista de Philip Roth, quien decía de su criatura de la ficción que era asombroso ver cómo un hombre que no había temido en absoluto a toda la policía junta y la sociedad entera en su contra, sin embargo, era incapaz de discutir la más mínima ordenanza del Partido.

En una de las más brillantes observaciones que he leído en mi vida, ya que en efectollama la atención cómo todo el enorme caudal de valor necesario para ser comunista en una sociedad de mercado se convierte en humo, se evapora frente a las controvertidas, caprichosas, increíbles y a menudo vergonzosas órdenes que se imparten en el seno del Partido y que deben ser cumplidas a rajatabla.

Por supuesto no sé qué le habría parecido mi observación a Yoani, pero al conocer su prosa, sus deseos de concordia, de suma más que de resta, de respeto por la libertad de los individuos y sus ideas, me place pensar que habría convergido en algún punto con esas sensaciones de apariencia contradictoria y paradójica, pero de una coherencia tan fiel en el relato, como compleja de interpretar.

Me fui de allí antes que los militantes, antes que los políticos, antes que los premiados, quería evitar el riesgo de llegar al bar de los mejores pinchos de morcilla de Burgos con cebolla caramelizada cuando ya estuviese abarrotado de unos o de otros; se trata de una delicatesen que prefiero saborear acodado a la barra, en silencio y en solitario.

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  • : Esta Página, "Voz Desde el Destierro", pretende que sea una tribuna en la Red de redes, para aquellos que no tienen voz dentro de la isla de Cuba, para romper el muro de la censura, la triste y agobiante realidad del pueblo cubano. Editor y redactor: Juan Carlos Herrera Acosta. Ex-preso Político de la causa de los 75.
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