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9 julio 2013 2 09 /07 /julio /2013 09:13

 

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Por Carlos Cabrera Pérez

Poco sirvió a los intereses de Cuba cambiar las guerrillas por la diplomacia en 1975.

Venezuela y otras naciones suramericanas y caribeñas comenzaron a usar a Cuba como contrapeso en sus relaciones con Washington, pero el Palacio de la Revolución se guió por la Doctrina Piñeiro (del comandante Manuel Piñeiro "Barbarroja", ese maestro de la subversiónregional) hasta que Moscú dejó de pagar la factura geopolítica y, desde entonces, la política castrista hacia Venezuela ha sido errónea hasta el punto de que la sublevación de Hugo Chávez tomó a La Habana por sorpresa.

Venezuela, valiéndose del entonces Sistema de Integración Latinoamericano (SELA), lideró una ofensiva diplomática regional en 1974 (postrimerías del gobierno democratacristiano de Rafael Caldera) y, en 1975, varios países de Suramérica y el Caribe restablecieron las relaciones diplomáticas con Cuba y abrieron embajadas en La Habana y viceversa.

Miraflores optó siempre por sólidos diplomáticos, evitando que fueran Adecos (Acción Democrática) o Copeyanos (COPEI) notables y La Habana eligió para abrir su primera embajada, después de años de hielo, al funcionario del Departamento de América del Comité Central del Partido Comunista, Norberto Hernández Curbelo, quien antes había sido agente de la Seguridad del Estado con los equipos Cuba de béisbol y cuya verdadera pasión eran las peleas de gallo.

Un vecino con petróleo

La elección, a todas luces, no resultaba la más adecuada, teniendo Cuba diplomáticos de dilatada experiencia y que podrían sortear mejor los retos que implicaba consolidar las relaciones diplomáticas con un productor de petróleo casi vecino y donde residía -y aún reside- una extensa colonia de exiliados cubanos, con fuerte presencia en todos los ámbitos sociales y apreciados por su capacidad de trabajo. Por supuesto desde siempre hubo allí  personas que se oponían frontalmente a cualquier relación normal con el castrismo.

En este punto, lo que más se suele usar son los nombres de Luis Posada Carriles y Orlando Bosch, vinculados con la CIA y los servicios secretos venezolanos, y relacionados con el criminal atentado contra un DC8 de Cubana de Aviación, en octubre de 1976. Esa acción deplorable se organizó en Caracas y costó la vida a 73 personas, de ellas, 57 cubanos. El fantasma del avión de Barbados y el nombre de Posada Carriles ha vuelto a ser retomado por Raúl Castro este domingo a raíz de su respaldo al ofrecimiento venezolano de asilo humanitario para Edward Snowden.

Aunque el gobierno cubano nunca pudo probar la participación directa de Estados Unidos en el atentado, años después la propia CIA desclasificó documentos que detallan su conocimiento, en junio de 1976, de planes de atentado de una parte del exilio contra un avión de Cubana de Aviación.

Si la Seguridad cubana era tan eficaz y Piñeiro un semidiós, ¿cómo es posible que no detectaran a tiempo y evitaran el brutal crimen de Barbados?

Pecado de juventud

Sin embargo, suele omitirse el nombre y el papel de Orlando García, hombre cercano a Carlos Andrés Pérez (CAP) y responsable de su Servicio Secreto, y quien compartía un pecado de juventud con Fidel Castro: ambos habían sido miembros de la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR), uno de los llamados grupos “tiratiros” de la República cubana y que garantizó -mediante un pacto de honor- la seguridad de Castro en la segunda toma de posesión de CAP en 1989. García murió en Miami julio del 2005, llevándose un manojo de secretos a la tumba.

A Norberto -como le llamaban al embajador cubano los cercanos- lo acompañaron Manuel Basabe, un diplomático solvente que volvía entonces de la representación ante la Santa Sede; y Roberto “el Chino” Márquez, un astuto oficial de la entonces Dirección General de Inteligencia (DGI). Y este trío, con diferentes grados de responsabilidad, contribuyó a que Fidel Castro asistiera a una recepción de la Embajada venezolana en La Habana, a tres días escasos de las elecciones presidenciales de 1978.

Con el inconveniente de que las elecciones las perdió Acción Democrática, que gobernaba, y ganó COPEI, con el llanero Luis Herrera Campins, que llegó al poder con un lema sacado de las vallas de gallos, donde le gustaba ir de joven: “Si gano, cobro”. Pero ni por esas, consiguió el agente del Departamento América acertar en el resultado.

El zorro Barabarroja

Una vez más, volvían a imponerse las tesis de Manuel “Barbarroja” Piñeiro Losada y sus agentes desplegados sobre el terreno, pese a la insistencia del entonces grupo “raulista” de que el Comandante en Jefe debía evitar asistir a la recepción que ofrecía la Embajada de Venezuela en La Habana.

¿Quiénes eran los raulistas aquellos que se oponían a las tesis de Piñeiro? Antonio Pérez Herrero, al frente del entonces Departamento de Orientación Revolucionaria (DOR) del Comité Central del Partido Comunista, Gustavo Robreño Dolz, entonces director general de Prensa Latina, y su hombre en PrelaCaracas, Luis Lazo Carrancá, el castrista que primero llegó a Venezuela, en 1974, y reabrió la corresponsalía de Prensa Latina.

Lazo Carrancá siempre permanecía en Caracas, pese al continuo vaivén bilateral con retirada de diplomáticos incluidos, y había sido capaz de tejer una red de relaciones con todo el arco político venezolano, incluidos Carlos Andrés Pérez y Luis Herrera Campíns, Simón Alberto Consalvi, José Vicente Rangel, Gustavo Machado y con todo el variopinto entramado de “solidaridad con la revolución cubana”, donde conviven personas serias con ultracastristas de cerebros anofélicos y pillos y pillas de toda clase y carencias.

Descortesía diplomática

Pero sus informes no pudieron superar el umbral de la oficina de Raúl Castro, pues ya el Comandante en Jefe había decidido acudir a la embajada venezolana, amparado en los informes de Barbarroja, un descendiente de gallegos con la habilidad suficiente para descolgar el teléfono y provocar que Fidel Castro lo recibiera casi de inmediato; aunque poco le sirvió, pues murió absurdamente y abandonado casi a su suerte.

La ¿inesperada? derrota adeca y el ascenso de Herrera Campins, no cambió la norma venezolana frente a Cuba, pero tampoco provocó una rectificación del embajador y su equipo, que siguieron alimentando a La Habana con escasa y mala información. Y así fue llevado Fidel Castro a cometer la descortesía diplomática de pretender atribuirse en solitario la paternidad de la revolución sandinista, en un discurso en Managua, delante de Carlos Andrés Pérez, quien no dudó en responderle y recordarle el compromiso de la Internacional Socialista, no solo con el Frente Sandinista, sino con la propia revolución cubana.

Tras los discursos y en el brindis, Fidel Castro y Carlos Andrés se estrecharon la mano, diciendo el barbudo: “Tú, has cambiado mucho”. A lo que el mandatario venezolano ripostó: "Y tú".

La revolución pospuesta

Quizás ese fue el comienzo de la elaboración teórica de la revolución pospuesta en el ideario de Castro, quien se sentía lleno de gozo, en su fuero interno, por la revolución sandinista, pero sabía que esa victoria no habría sido posible sin lo que solía llamar “conducta ética” de James Carter. Estaba consciente también que Nicaragua sería una excepción, porque en El Salvador la guerrilla apoyada por La Habana no perdía, pero tampoco ganaba e ídem en Guatemala y en un largo etcétera.

La muerte política de Manuel Piñeiro era una crónica anunciada de la que no pudieron salvarle ni sus más eficientes edecanes, Arnoldo Campos, Manuel Guillot y Renán Montero, quienes -sin dejar de ser leales a Barbarroja- intentaron con escaso éxito hacerle ver que la guerrilla era agua pasada.

Procesos como los de Esquipulas (diálogo en la ciudad guatemalteca entre guerrilleros y gobiernos centroamericanos) y el fin de las dictaduras militares fascistas en el cono sur y Bolivia, no supieron ser leídas correctamente por el Departamento América, que tampoco atendió a las señales del new deal norteamericano de rebajar tensiones en todo el hemisferio y no apoyar golpes de Estado.

Algarabía antimperialista

La injusta y desproporcionada invasión norteamericana a Panamá, en la Navidad de 1989, obedeció más al temor estadounidense por los baúles de inteligencia que atesoraba Manuel Antonio Noriega en su residencia. Un comando de los SEALs habría sido suficiente para apresar al dictador panameño, hijo político de la CIA, pero los “gringos” aprovecharon la torpeza de “Cara de Piña” y, de paso, liquidaron al ejército popular que había ido formando el torrijismo.

La algarada antiimperialista que desató La Habana en aquellos días también era una cortina de humo para ocultar otra metedura de pata descomunal made in Departamento América: 20 días antes de la invasión, Cuba autorizó el viaje de los familiares del personal diplomático cubano en Panamá, incluidos niños y suegras. Lo que obligó a Fidel Castro a negociar con los norteamericanos el permiso de aterrizaje de un IL-62 en Tocumen para repatriarlos.

Lo que no está claro es si en ese vuelo especial viajó también el capitán panameño Eliecer Gaitán, jefe de la escolta de Noriega, que escapó de la embajada de la Santa Sede y se refugió en la cubana, y ha vivido todos estos años en La Habana.

Abandonado a su suerte

España había fracasado en su negociación a dos bandas, con Noriega y con la Casa Blanca, para que el dictador se exiliara en Madrid; y La Habana estaba al tanto de las gestiones. Pero los subordinados de Noriega le exigieron que se quedara y no los abandonara a su suerte, o que buscara una solución global para todos los implicados en el narcotráfico y en la financiación de la contra nicaragüense.

La derrota electoral de los sandinistas no supuso para Cuba un aislamiento regional, ni siquiera la caída del Muro de Berlín. Al contrario, Fidel Castro pudo asistir, entre otros, a las toma de posesión de Collor de Mello (Brasil) y a la vuelta de Carlos Andrés Pérez, al que todos recordaban por el injusto paradigma de la Venezuela saudita.

Pero como Castro no las tenía todas consigo y ya sabía que la desaparición de la URSS era cuestión de tiempo, pidió a su antiguo compañero de la UIR, Orlando García, que viajara a La Habana para que -midiéndose cual dos bushidos- el jefe de Seguridad de CAP le garantizara su seguridad en su visita a Caracas.

Orlando García contó detalles al talentoso Octavio Armand, pero lo que importa de aquella historia son dos pasajes: García bajando del avión privado en La Habana y alguien que se acerca a pie de escalerilla y le suelta: Puede hacer lo que le dé la gana, solo sea discreto con lo de la UIR. O sea, le proponían huir de la UIR.

Las pistolas de Fidel Castro

Segundo pasaje: Castro está en su suite del Anauco Hilton (centro de Caracas) a punto de regresar a La Habana y Orlando García acude a despedirse; entonces el viejo samurái verde olivo convoca a los hombres del primer anillo de su escolta y les pide que coloquen sus pistolas sobre la cama; se gira y le dice: "Orlando, te las regalo…"

Por todo ello, Hugo Chávez fue una auténtica sorpresa para La Habana, que ya no era atribuible a Piñeiro y Hernández Curbelo, sino al atildado Germán Sánchez Otero, un hombre del mundo universitario con perfil tranquilo y negociador, como hizo cuando el fallido golpe de Estado de abril del 2002, con el entonces gobernador Henrique Capriles.

Sánchez Otero tampoco se enteraba de lo que se cocinaba; ni siquiera avisó del “caracazo” el día en que la gente de los cerros de Caracas bajaron al “hueco” (la ciudad) por pan y justicia. Su larga estancia fue más un deseo de Chávez que un reconocimiento a su labor.

El ascenso del embajador

Ni siquiera Rogelio Polanco, recién ascendido al Comité Central del Partido Comunista, y su equipo ha acertado con los últimos movimientos. El actual embajador y su equipo heredaron ya una estructura de Misión Militar Cubana en el Exterior, donde el embajador es una mera pieza decorativa y las grandes decisiones se toman en otros ámbitos, que tampoco supieron calibrar la dicotomía Nicolás Maduro versus Diosdado Cabello.

Aunque La Habana tiene claro que apostar por Cabello era disgustar a la Casa Blanca, que lo tiene en la mirilla por su supuesta implicación en el narcotráfico, la reciente filtración de un fragmento de una grabación del periodista Mario Silva con un agente cubano podría ser una medida activa del raulismo para neutralizar al martillo que solía usar el chavismo contra Cabello, que poco después visitó La Habana para verse con Raúl y Fidel Castro.

Lula y Raúl Castro cuadraron discretamente que Maduro fuera el hombre, sabiendo los inconvenientes que implicaba la decisión. Si alguna duda tenía La Habana, la reciente decisión bolivariana de cederle la explotación de un bloque petrolero en la faja del Orinoco a una empresa mixta china-cubano-venezolana reafirma que los cubanos deben buscar alternativas energéticas con urgencia, pues ese crudo es el de peor calidad del inmenso caudal de hidrocarburos que atesora Venezuela.

El petróleo de esa zona está catalogado como pesado y extrapesado; o sea, con poca calidad para producir combustible y altas cualidades para producir asfaltos y demás complementos, lo que lo hace más barato en el mercado internacional, aún cuando se refine a bajo coste.

Quizás la clave consista en renovar el aparato de Exteriores evitando suplantar realidades con el entusiasmo revolucionario, que solo conduce a esa perversión del delirio en que el castrismo convirtió a Cuba.

Fuente: Café Fuerte

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