Por Armando Soler Hernández.

La Habana/ 19-7-2016

Para suerte del pueblo colombiano, luego de una guerra fratricida de más de medio siglo, ahora sus hijos ya tienen una esperanza de futuro próspero, en paz.

Pero mucho que les costó: miles de muertos y heridos, incontables mutilados, secuestrados, desaparecidos y destrucción de amplias zonas del país. Alejados por la guerra, millones de sus ciudadanos fueron desplazados internos o se vieron forzados a huir al extranjero.  Incontables colombianos perdieron todas sus pertenencias y propiedades.

Era hora ya de que le llegara la paz a ese admirable país. Pese a ser desgarrado por una guerra irregular y la lepra social del narcotráfico y la corrupción, supo imponer el peso de sus instituciones democráticas. El desgarrador estado de guerra interno era desencadenado por un pequeño grupo armado queriendo imponerse a la fuerza al resto de sus compatriotas.

Y la realidad objetiva es que por decenios existían en el país todas las condiciones pacíficas para competir pacíficamente en elecciones e intentar convencer a la mayoría del pueblo de que su proyecto era el que necesitaban los colombianos. Sin embargo, al parecer convencidos en su fuero interno del rechazo que tendrían por la mayoría de sus compatriotas,  no cejaron de tratar de imponerse a la fuerza. Conspirando constantemente contra la paz y haciendo víctima  de ese pueblo que decían defender, actuaron contra gobiernos e instituciones representativas, elegidas por un significativo número de la población en elecciones periódicas y multipartidistas.

Lo más irónico del final de esta injustificada violencia es que se firme en La Habana, donde aun gobierna la misma cúpula militar que tanta responsabilidad tiene en la dilatada duración de la conflagración colombiana.

Quizá el más amargo sabor que deja este acuerdo de paz y futura prosperidad es el poco que de ambas le reporta al pueblo cubano. El militarismo insiste en mantenerse como la única opción a futuro para la isla. Pese a todas las muestras de paz y beneficios económicos que desde hace casi dos años le aporta Estados Unidos de América  a la concordia entre ambos países, la cúpula castrense cubana insiste en azuzar contra el “Enemigo”.

Para ello acude a añejos argumentos. Van desde un recordatorio enfermizo de un pasado de beligerancia cada vez más fabricado   hasta la presente campaña de “invulnerabilidad militar” y “constante perfeccionamiento” de unas onerosas fuerzas armadas. Un país empobrecido a fuerza de incapacidad inaudita y malévolo interés explotador, está sufragando unas fuerzas armadas incosteables e injustificadas.

¿Por qué la nación tiene que mantener ese gasto,  sino para que el régimen se justifique  a sí mismo como un peñón militar que intenta sostener el “coco” de un “Enemigo” en una  invasión que nunca llegó ni llegará, con la fantasmagoría de un conflicto artificial que sólo los pobres crédulos que le queden como fieles lectores al Granma se lo pueden creer?

En tiempos que hasta los vietnamitas, que sí sufrieron el rigor de una guerra no declarada contra los Estados Unidos, ya firman un tratado de libre comercio con ese país, el gobierno cubano persiste en imponer en el meollo nacional la militarización y una neurótica desconfianza como única solución para el futuro.

En su afán de mantener ese falaz enfrentamiento falsificado contra los Estados Unidos, el presente gobierno militar cubano se emplea más en un férreo modelo de sojuzgamiento para la mayoría de los ciudadanos que en dejarlos prosperar. Entretanto, la casta militar que lo justifica y sostiene se privilegia a sí misma con beneficios que sólo representan la pobreza institucionalizada para el resto de los cubanos.

De la misma manera que honrados colombianos lograron domeñar a una mafia de narcotraficantes que intentaron apoderarse de las riendas del país, esta paz de Colombia, sobre todo lograda por la firmeza imbatible de las instituciones democráticas colombianas, y no gracias a insurgentes repentinamente imbuidos de pacifismo y concordia, también debe ser para los cubanos.

Al igual que Colombia, nos es imprescindible dejar atrás el modelo de peñón militar parapetado, y de agotar las exhaustas energías nacionales  en la constante búsqueda y configuración de espejismos, de baladíes alianzas regionales configuradas para enfrentar al supuesto Enemigo del Norte.

Como resultado, ya se ve a las claras a qué muladar ideológico fueron a parar todos los esfuerzos del gobierno militar cubano en los últimos años para crear este frente de confrontación regional.  La que en estos momentos se ahoga en su misma cuna fue una intentona sufragada  por la presente  arruinada alcancía petrolera venezolana. La fragilidad existencial y el poco peso institucional internacional alcanzado por engendros politizados como ALBA, PETROCARIBE, CELAC, el GRUPO DE RÍO, UNASUR, etc., es más que evidente para un observador medianamente interesado.

Imbuido de una agenda repetitiva de inútil confrontación y sostenimiento de un modelo económico que rechaza el enriquecimiento y prosperidad de sus ciudadanos como método palpable para salir de la presente ruina, ahora el gobierno militar pretende estirar hasta el 2030 la actual pesadilla sin esperanza.

Entretanto, la dejadez agotada por el embrutecimiento va siendo sustituida por la huida hacia el extranjero de sus más jóvenes y capaces ciudadanos. ¿Son esos con los que cuenta para estirar con vida hasta el primer tercio del siglo XXI un “socialismo próspero y sostenible” como el que ahora sufrimos a diario? ¿Qué va a cambiar en 14 años por ese gastado trillo que ya no hayamos  sufrido en  los pasados 56?

Fuente: Prensa Independiente/ Hablemos Press